Johanna Cañizares en China.
Mi primer viaje a China comenzó con una mezcla de asombro y expectativa, pero fue en las Grutas de Longmen, en la provincia de Henan, donde sentí por primera vez la magnitud de la historia y espiritualidad que este país resguarda. A tan solo media hora en auto desde la ciudad de Luoyang, estas cuevas talladas en los acantilados a lo largo del río Yi me recibieron con una majestuosidad que no puede explicarse solo con palabras. Más de 100,000 estatuas budistas miran desde la piedra, inmóviles y eternas, como si quisieran contar historias que el tiempo no ha logrado borrar.
Caminar por el sitio es como entrar en otro siglo. A cada paso, aparecen figuras talladas con una delicadeza que deja sin aliento. Algunas apenas alcanzan unos centímetros, mientras que otras, como el colosal Buda Vairocana de la cueva Fengxian, se elevan con imponente serenidad hasta los 17 metros. Sentí una mezcla de respeto y asombro al estar frente a esa escultura, como si todo el entorno pidiera silencio para escuchar la voz del pasado.
Las Grutas de Longmen comenzaron a construirse en el siglo V, durante la dinastía Wei del Norte, y fueron desarrolladas durante más de 400 años por generaciones de artistas y fieles budistas. No solo son una maravilla visual, sino también un archivo histórico, con inscripciones talladas que revelan los nombres de los donantes, oraciones y pequeños fragmentos de la vida cotidiana de hace más de mil años. Cada rincón está cargado de simbolismo, arte y una conexión profunda con la espiritualidad oriental.
Lo que más me conmovió fue ver cómo la naturaleza y la mano humana se fusionan aquí sin conflictos. Las grutas están talladas en plena montaña, al borde del río, rodeadas de vegetación. Es fácil quedarse contemplando las esculturas, leyendo inscripciones o simplemente observando cómo la luz del atardecer resalta los relieves de la piedra con una belleza silenciosa.
Para nosotros, los latinoamericanos —y especialmente para los ecuatorianos—, este sitio representa mucho más que un destino turístico. Es una invitación a salir de lo conocido y sumergirse en una civilización que ha sabido preservar su legado con respeto y admiración. Al recorrer estas grutas, uno comprende que el patrimonio no es solo un conjunto de piedras antiguas, sino un puente vivo entre culturas distantes.
Si tienen la oportunidad de venir a China, incluyan las Grutas de Longmen en su itinerario la experiencia es transformadora. Salí de allí con la sensación de haber tocado un pedazo de eternidad, y con el firme deseo de que más latinoamericanos puedan vivir esta experiencia única.