Los femicidios no solo destruyen vidas, sino que también tienen un impacto devastador en la niñez en Ecuador. Niños, niñas y adolescentes que pierden a sus madres quedan marcados por el dolor de la violencia y enfrentan cambios profundos en su entorno. Según un estudio realizado a 76 familias cuidadoras, 151 menores han quedado huérfanos debido a feminicidios. Estas cifras reflejan no solo una tragedia familiar, sino también un desafío social que requiere acciones integrales y urgentes.
El 16% de los hermanos de estas víctimas han sido separados, enfrentando, además de la pérdida de sus madres, la ruptura de sus vínculos familiares. Más de la mitad (55%) tuvieron que cambiar de casa dentro de la misma ciudad, mientras que otros se vieron obligados a mudarse de provincia (18%) o incluso de país (1%). Este desplazamiento no solo implica una reubicación física, sino un proceso emocional complejo, pues dejan atrás amigos, escuelas y lugares que representaban seguridad y estabilidad.
En muchos casos, el cuidado de estos niños recae en sus familiares, siendo las abuelas quienes asumen esta responsabilidad en un 46% de las ocasiones. Sin embargo, el panorama es preocupante, ya que uno de cada cuatro cuidadores supera los 51 años, y el 7 de cada 10 son mujeres que enfrentan múltiples desafíos al intentar garantizar el bienestar de los menores. Estos datos resaltan la necesidad de políticas públicas que apoyen a las familias cuidadoras y garanticen una reparación integral.
Frases como “ya nada es igual” reflejan el testimonio de quienes viven esta dura realidad. Los feminicidios no solo privan a la niñez de sus madres, sino que las exponen a un entorno de violencia que perpetúa el ciclo de trauma y dolor. Es esencial que las autoridades, junto con las organizaciones sociales, trabajen para asegurar la estabilidad emocional, educativa y social de estos menores, porque ellos tienen derecho a una vida digna, libre de violencia y marcada por oportunidades de transformación.